Hacía mucho tiempo que quería visitar la Alsacia francesa pero mis amigos y yo acabamos yendo casi por casualidad.
¿No os ha pasado alguna vez que el verano se os ha echado encima y no teníais pensado nada para las vacaciones? A nosotros nos pasó hace algunos años.
A última hora los precios estaban por las nubes y teníamos los pelos de punta como un puerco espín. De manera que como teníamos un presupuesto más exiguo, decidimos consultar los destinos de las compañías low cost, a ver si encontrábamos algo interesante. Easyjet volaba a Basilea, una ciudad suiza no excesivamente conocida ni turística por poco más de 100 euros.
Lo cierto es que el aeropuerto tiene el nombre oficial de EuroAirport Basel-Mulhouse-Freiburg, porque está situado muy cerca de estas tres ciudades de tres países distintos. El aeropuerto se encuentra en territorio francés pero a menos de 5 km de la frontera suiza y la alemana, de ahí ese nombre tan rimbombante e internacional.
La Alsacia francesa, es una región que a lo largo de los últimos siglos ha pertenecido tanto a Francia como a Alemania y que por ello cuenta con una idiosincrasia propia y atractiva, además de una lengua autóctona: el alsaciano, emparentada con el alemán pero muy influenciada por el francés, por lo que acaba siendo una curiosa mezcla de ambos.
Es una tierra encajonada entre las suaves cimas de los Vosgos al Oeste y el caudaloso Rin al Este, con una naturaleza desbordante y salpicada de bellos pueblecitos.
La manera más cómoda de conocer la región es con alguna excursión por Alsacia con Civitatis.
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Mulhouse
En el aeropuerto fuimos a recoger el coche alquilado que habíamos reservado por internet y recorrimos los apenas 25km que nos separaban de Mulhouse, una de las ciudades más importantes del oriente francés. Comimos y nos fuimos a pasear por la ciudad.
Mulhouse no era una ciudad de un gran atractivo turístico, pero contaba con un centro histórico de cierto encanto, en especial la Place de la Réunion, el verdadero centro social y económico de la ciudad.
En la plaza se encontraban los dos edificios más destacados de Mulhouse: la bonita Iglesia gótica de San Esteban (Saint-Étienne) y el llamativo ayuntamiento (Hôtel de ville) con su fachada pintada en tonos rojizos y que también acogía el Museo histórico. Los otros dos flancos de la plaza estaban ocupados por hileras de bonitos edificios de colores en cuyos bajos estaban instalados restaurantes, cafeterías y todo tipo de tiendas.
En las calles adyacentes, las construcciones modernas se alternaban con casas antiguas en una mezcla no demasiado afortunada, aunque sí que encontramos algunos rincones muy bonitos, en especial en la Rue des Tanneurs.
Lo cierto es que Mulhouse era más conocido por sus museos relacionados con la Industria y la técnica: la Cité du Train y la Cité de l’Automobile.
Junto a la iglesia de un antiguo convento en la Rue des Franciscans también había algunos tramos muy pintorescos y allí acabamos a la hora de la cena, en la tranquila terraza de un restaurante maravilloso, el Auberge des Franciscains, lejos del bullicio de la plaza de la Reunión.
Cómo yo sabía algo de francés tomé la carta confiado, preparado para fardar ante mis amigos, pero no entendía nada, aquello parecía alemán. El camarero nos aclaró que era alsaciano, afortunadamente tenían otro menú en francés. Degustamos un foie con salsa glorioso y tomamos vino de la región.
Iglesia abacial de Murbach
Al día siguiente cogimos el coche, íbamos a realizar una ruta circular realmente interesante y variada. La primera parada a pocos kilómetros de Mulhouse fue en Murbach.
En un encantador valle boscoso se encontraba encajada la iglesia abacial de Saint-Léger.
Lamentablemente en el siglo XVIII se derribaron las naves laterales para dar paso a una iglesia barroca que nunca se construyó. Por ello únicamente quedaba en pie el coro y el transepto, con sus dos prominentes torres. Más que suficiente para que mereciera la pena acercarse a ver esta maravillosa muestra de románico centroeuropeo.
San Pirminius fundó esta abadía hacia el año 727, y con el tiempo se convirtió en una de las más influyentes de la región.
La iglesia abacial de Murbach que ha llegado hasta nuestros días, había sido construida a mitad del siglo XII y seguía las directrices de otras iglesias románicas germanas, en especial por su recargada cabecera y sus torres en torno a ella.
Una de las cosas que más nos gustó fue el tímpano de la puerta sur, con sus bajos relieves en perfecto estado de conservación y su arco de medio punto con ladrillos de varios tonos de rojizos.
Ruta de las Crestas
Retomamos la carretera, parando unos minutos en el lago de La Lauch que estaba junto a la carretera y al cabo de unos kilómetros llegamos al desvío de ‘La ruta de las Crestas’.
Durante la Primera Guerra mundial (1914-18) el ejército de Francia habilitó unos caminos entre las cimas de estos montes de la Alsacia para asegurar las comunicaciones en todo el frente de Los Vosgos.
Estas antiguas rutas estratégicas son hoy pintorescas carreteras que se conocen como ‘La ruta de las Crestas’ (Route des Crêtes en francés) y son uno de los mayores atractivos del Sur de la Alsacia.
En un rato estábamos en el Grand Ballon, el monte más alto de estas suaves montañas, con tan sólo 1424m. Sin embargo no costaba entender como aquel lugar había resultado tan estratégico ya que su cima dominaba muchísimos kilómetros a la redonda.
Allí habían construido un curioso monolito de piedras y justo en la cima una futurista estación de radar.
A menos de 30 kilometros se encontraba el Hohneck, el otro gran monte de la zona, aquí había muchos más visitantes, probablemente porque resultaba mucho más accesible desde la ciudad de Colmar. En la cima había un interesante panel de orientación de hierro que marcaba la situación en 360º de los montes, ciudades y demás lugares del entorno del Hohneck, que podían atisbarse a lo lejos. Lo cierto es que en aquel soleado día de verano el panorama resultaba espectacular.
Kaysesberg
Después de algunas fotos junto a otro laguito llegamos al pintoresco pueblo de Kaysesberg, uno de los más destacados de la región ya que podía presumir de un centro histórico muy bien conservado, con las casas tradicionales típicas de la arquitectura alsaciana.
Aparcamos el coche en las afueras y recorrimos con placer la calle mayor, alrededor de la cual había crecido el pueblo. Un par de placitas y la Iglesia de la Santa Cruz (Sainte Croix) eran los lugares más llamativos de la localidad. Aunque la verdadera belleza de Kaysesberg residía en que el conjunto del pueblo conservaba ese aire tradicional y sin estridencias como detenido en el tiempo dos o tres siglos antes. Después de deleitarnos la vista hicimos lo propio con el estómago, nos metimos en una boulangerie (panaderia/ pastelería) y salimos todos con un pastel casero que quitaba el hipo.
Colmar
Hacia el siglo XIII el comercio vinícola de la región se centralizó en Colmar, que devino en una ciudad próspera donde se establecieron no sólo comerciantes sino también otros gremios. Sólo hace falta pasear por su espléndido centro histórico para tropezarse con calles como: Rue des Serruriers (cerrajeros), Rue des Boulangers (panaderos), Rue des Tanneurs (curtidores) o des Marchands (comerciantes).
Por fin llegamos a Colmar y lo primero que hicimos fue visitar el antiguo convento de Dominicas, convertido desde hacía más de un siglo en el Musee Unterdenlinden, probablemente el museo más bello de la Alsacia.
Una vez dentro, paseamos por el precioso claustro gótico, con sus 54 arcadas geminadas bien conservadas y cubiertas de enredaderas. En su interior albergaba una colección muy heterogénea que iba desde piezas romanas hasta obras de Picasso o Dubuffet. Aunque su punto fuerte era el arte medieval, en especial el famoso retablo de Isemheim, para el que se había reservado en exclusiva el interior de la antigua iglesia.
Nos sentamos frente al retablo de Matthias Grünewald y lo recorrimos con la mirada, sin duda era una obra que merecía la pena contemplar con detenimiento.
Al salir nos dirigimos hasta la bonita Colegiata de San Martín construida en estilo gótico entre los siglos XIII-XIV con piedras areniscas, muy abundantes en la zona, lo que le daba ese aspecto rojizo tan característico. Después paseamos por aquel centro histórico plagado de casas nobles y mansiones burguesas de entre los siglos XIV y XVIII. Quizá la más bonita de todas era la Casa Pfister, una joya renacentista con bellas balconadas y torrecillas.
Muy cerca de allí se encontraba la Plaza de la Antigua Aduana, probablemente el lugar más bucólico y fotografiado de la ciudad, a pesar de que había un buen puñado de turistas seguía siendo precioso.
A un lado estaba la antigua aduana (Koïfhus o ancienne douane) el edificio civil más antiguo de la ciudad (s. XV), en un envidiable estado de conservación y que era una de las visitas más interesantes de Colmar. Y al otro lado de un estrecho canal se encontraba la fuente de Schwendi y una hilera de preciosos edificios con entramado de madera y fachadas de colores similares a los que habíamos visto en el pueblecito de Kaysesberg.
Siguiendo el canal en paralelo por la Rue des Tanneurs llegamos a La Petite Venise o pequeña Venecia, otro de los rincones más pintorescos de Colmar. Donde los edificios de colores se asomaban al rio Lauch y donde era habitual para los turistas, embarcarse en una pequeña ruta por los canales al igual que en la Venecia italiana.
Aunque era un barrio bastante pequeño, disfrutamos mucho paseando por el muelle, metiéndonos por alguna calleja y eligiendo un restaurante para cenar entre la enorme oferta que había.
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