Contenido:
No sé si a vosotros os habrá pasado, pero en todos los viajes largos, mis amigos y yo, solemos tener un día aciago en el que algo o todo sale mal y echa al traste los planes del día. Es lo que nosotros llamamos el “síndrome de Glasgow” por ser uno de los primeros lugares donde nos pasó. Y cómo era joven e inexperto me pillé un cabreo importante. Espero que los escoceses no se tomen a mal esta denominación, además Estocolmo tiene un síndrome peor y no se quejan.
Con el tiempo, he ido planificando más todavía mis viajes y sin embargo mostrándome mucho más flexible cuando algo se tuerce, sólo hay que conocer el terreno y buscar alguna alternativa.
Después de una semana en Japón, nos encontrábamos en Kioto y nuestros planes pasaban por coger un tren bala hasta Hiroshima y después llegar hasta la cercana isla de Miyajima, aprovechando nuestro JR Pass. En la isla teníamos reservada una habitación en un ryokan precioso.
Mientras, en las noticias leíamos que un tifón estaba haciendo estragos en el Sur de Corea, unos 200km al Noroeste de Hiroshima. También nuestros familiares nos escribían preocupados, aunque el ambiente que se respiraba en la calle era de total tranquilidad.
Desde Kioto a Himeji en tren bala
Pero empecemos por el principio. Estábamos en Kioto en el modesto, pero bien situado Guest House Costa del Sol. Aquel era otro día en que hacía madrugar a mis amigos. Teníamos que coger el tren de las 8 de la mañana hasta Himeji. Una hora más tarde bajamos del tren en esta ciudad famosa por su espectacular castillo.
Al contrario de otros muchos castillos nipones, nunca ha sido destruido por guerras o incendios por lo que el castillo de Himeji es uno de lo mejor preservados de todo Japón. De hecho es uno de los tres castillos catalogados como Tesoro Nacional y también es Patrimonio de la Humanidad. Las primeras fortificaciones datan del siglo XIV y posteriormente se añadieron diversos edificios, torres y puertas.
Su cercanía a Osaka y Kioto hace de esta ciudad una parada muy habitual para los viajeros que visitan esa parte de la isla de Honsu. Para llegar desde la estación de tren hasta el magnífico castillo sólo hay que recorrer la ancha y recta avenida Otemae (Otemae dori) de punta a punta, apenas 15 minutos andando. La oficina de turismo también se encuentra en esta calle, poco antes de llegar al recinto.
El castillo de Himeji
Después de unos laboriosos y prolongados trabajos de restauración que finalizaron en 2015 el castillo de Himeji luce ahora magníficamente. Por ello, en la actualidad es uno de los lugares más visitados de Japón por los propios turistas locales, de manera que tuvimos cuidado de no visitarlo en fin de semana.
El castillo era visible desde muy lejos, por lo que era complicado perderse. Atravesamos un puentecillo que salvaba un sinuoso foso y entramos por la gran puerta Ote-mon. A mano derecha quedaba el Zoo y el Museo de Arte de la ciudad y a la izquierda, la puerta de acceso al castillo.
En las taquillas compramos la entrada conjunta (combined ticket) que permitía visitar también los jardines adyacentes de Koko-en por 1040 yenes. La diferencia con la entrada simple era tan nimia que nos pareció que valía la pena. También nos dieron unos folletos en inglés y español muy detallados y repletos de información sobre la historia del castillo y sus elementos más significativos.
Fuimos ascendiendo hacía el castillo, atravesando varios portones fortificados, con ventanas estrechas en vertical, por la que los soldados podían lanzar sus flechas a los invasores más temerarios. El camino serpenteaba por entre gruesos muros de una altura considerable. Viendo las magníficas defensas de Himeji no nos extrañó que no hubiera ocurrido allí ninguna batalla destacable.
De hecho no sólo el castillo, sino el propio recinto me pareció espectacular: un perímetro amurallado de varios kilómetros, con muros concéntricos, fosos, terraplenes y portones que parecían infranqueables para un ejército medieval.
Llegamos por fin a la entrada del edificio del castillo. Una numerosa excursión de jubilados franceses había madrugado más que nosotros y se apelotonaba allí entre voces y risotadas. Como ya estábamos habituados a la educación y al tono de voz mesurado de los japoneses aquello nos parecía algo horrible. Nos pusimos en marcha todos, subiendo unas escaleras. Fuimos adelantando al grupo, como si estuviéramos en una etapa alpina del Tour de Francia, dejando atrás poco a poco al interminable equipo del Imserso francés.
Aquí es donde me arrepentí de no haber reservado una visita guiada como habíamos hecho en Tokio.
Porque el interior del castillo después de la cuidadosa restauración, de vigas, pilares y suelos de madera, estaba impoluto, diáfano, vacío, muy vacío. Y a pesar de que los folletos que nos entregaron eran muy interesantes, nos hubiera venido bien la explicación de un guía. (Enlaces de visitas guiadas al final del post).
Tras recorrer el interior salimos a lo que podría considerarse el patio de armas, a los pies del torreón principal, desde dónde se tenía una perspectiva cercana y espectacular del castillo. Lo cierto es que a este castillo se le conoce también como el castillo de la garza blanca. Supongo que por su esbeltez, su color níveo… y un poquito de imaginación.
Nos quedamos sentados un ratito frente al castillo, aquel era sin duda el lugar más fotografiado de la ciudad. Y los japoneses son muy graciosos y elaborados cuando se fotografían, así que estuvimos entretenidos.
Los jardines Koko-en de Himeji
A dos pasos de allí se encontraban los jardines de Koko-en. Se construyeron en el emplazamiento de la residencia de un antiguo señor feudal y aunque son tremendamente modernos, se abrieron al público en 1992, lo cierto es que están diseñados siguiendo la tradición japonesa de la época Edo. Koko-en abarca 3,5 hectáreas divididas en 9 jardines diferentes muy bonitos.
En los jardines no había ni rastro de turistas, y eso era un placer tratándose de un jardín japonés. Quizá la parte más espectacular era la del jardín de la residencia del señor con su estanque y su cascada artificial, pero creo que tenían más encanto el jardín de pinos o el de árboles de verano. Allí descubrimos a un jardinero sentado cuidadosamente sobre la hierba, como un niño ante sus juguetes, limpiando cada mota de polvo, colocando cada piedrecilla, cada brizna de hierba que no estaba en su lugar. Echamos un vistazo alrededor y nos dimos cuenta que aquello no era un jardín bien cuidado, era más bien un escenario natural creado por el hombre.
Volvimos hacía la estación, nuestro siguiente objetivo era comprar algo de comida para tomarla en el tren, quizá algún sándwich o alguna bandeja de arroz con pollo. Pero en la avenida de la estación descubrimos un supermercado (Bon marché), en el que había una maravillosa sección de comida recién preparada, que cada uno podía coger y amontonarse como uno bien quisiera en las bandejitas que había para tal efecto. Finalmente una señora te colocaba un cazo o dos de arroz de una gran olla humeante, si así lo deseabas. Lo cierto es que estaba todo riquísimo.
La no llegada a Miyajima. Amenaza de tifón
Hicimos transbordo en Hiroshima y cogimos un tren regional hasta el pueblo de Miyajimaguchi, justo enfrente de la turística y plácida isla de Miyajima. Nos las prometíamos muy felices porque habíamos llegado sin ningún problema ni retardo y sólo nos faltaba coger el ferry para recorrer los escasos 2 kilómetros que nos separaban de la isla. El plan era visitar el pueblo por la tarde ya con pocos turistas y por la mañana subir al monte Misen. Pero los ferrys habían dejado de hacer la ruta por seguridad.
Como ya he contado antes, un tifón se cernía sobre el Oeste de Japón, aunque era difícil de creer, porque el mar allí parecía una balsa de aceite.
Estuvimos esperando al menos una hora, pero no parecía que nada fuera a cambiar. Probablemente lo que más preocupaba a las autoridades era que miles de turistas quedaran atrapados en una isla con un número de camas muy limitado.
Noche en Hiroshima
Se imponía un cambio de planes. Afortunadamente habíamos comprado una tarjeta para el móvil con la que disponer de internet, de manera que buscamos un hotel céntrico en Hiroshima, no demasiado caro y mandamos un correo a nuestro precioso ryokan, con foto incluida, de que nos era imposible llegar a la isla.
Solucionado el tema del alojamiento, volvimos a Hiroshima. Cómo a pesar del contratiempo, había ido todo bien, decidimos equivocarnos de estación y nos bajamos en Hakushima en vez de Hiroshima. Lógicamente nada coincidía en el plano que teníamos de Hiroshima con los alrededores de esta otra estación. Decididamente aquel era nuestro día de síndrome de Glasgow en Japón.
Descansamos en el Hiroshima Kokusai, un hotel grande de cierto lujo, pero que seguramente conoció mejores tiempos en los años ochenta a juzgar por la decoración algo rancia y la moqueta estropeada de los pasillos. Sin embargo la habitación nos sorprendió gratamente, era bastante amplia y cómoda.
El día no había sido maravilloso, pero acabó muy bien. Patricia encontró un restaurante modesto pero acogedor (Hassei) donde cenar la especialidad de la zona: el Okonomiyaki , una especie de pizza con una base redonda de harina, pero con otros ingredientes, principalmente fideos y repollo.
Después dimos un paseo junto al rio, era ya de noche y no había casi nadie ya por la calle. Pasamos junto a la Cúpula Genbaku o Monumento de la Paz de Hiroshima tenuemente iluminado. Lo contemplamos en silencio durante unos minutos.
Enlaces de interés:
Castillo de Himeji
Visitas guiadas al castillo de Himeji:
Himeji Goodwill Guide Kashinoki-kai
Guías voluntarios de Japón (ver prefectura de Hyogo)
Noticia sobre el tifón Chaba
Artículos de Japón:
Organizar el viaje:
Qué hacer y qué ver en Japón
Cómo preparar un viaje a Japón
Hotel, ryokan. alojamientos en Japón
Itinerario por Japón
Tokio y Nikko:
Harajuku y Shibuya.
Asakusa, Yanaka y Ueno
Shinjuku
Nikko
Alpes Japoneses:
Shirakawa-go
Kamikochi
Takayama
Cine en Japón:
Tokio de cine.
Deja una respuesta