Después de una semana muy intensa de acá para allá, recorriendo medio Japón, intentando sacar el mayor provecho posible a nuestro JR Pass (el famoso abono de tren) finalmente íbamos a permanecer varios días en la ciudad de Kioto, algo más tranquilos.
Aquel día en Kioto queríamos visitar lugares que no estaban demasiado cerca entre sí, de manera que nos moveríamos en transporte público. Kioto tiene una amplia red de metro y ferrocarriles privados, pero éstos no llegan hasta las zonas montañosas del norte de la ciudad ni a las de Higashiyama al Este, que son los lugares con los templos más visitados.
De manera que debíamos movernos en autobús, más lento, pero que nos dejaba muy cerca de nuestros destinos. El Kyoto City Bus, un pase para todo el día, costaba tan sólo 500yen, apenas 4€ (nosotros lo adquirimos en la oficina de turismo de Kansai, situada en el tercer piso de la Kyoto tower) una auténtica ganga en una ciudad con decenas de lugares de interés, muchos de ellos muy alejados entre sí. Aunque el mayor problema era enfrentarse al mapa con las líneas de autobuses, un verdadero jeroglífico, por mucho que la empresa lo adornara con dibujitos simpáticos. La manera práctica de usar el plano era localizar tu parada y la de destino, comprobar que números de bus coincidían y abstraerse de los otros 3500 nombres, números y colores del resto del mapa. (Ver enlace abajo).
Pabellón dorado
Cogimos el autobús número 101 que hacía la ruta desde la Estación de Kioto dirección norte y pasaba junto al Pabellón Dorado o Kinkaku-ji. Al bajar fue fácil orientarse siguiendo los carteles o a los grupos de turistas. Tras un corto paseo llegamos al icono de la ciudad y uno de los templos más representativos del Japón. Esto por supuesto tenía sus consecuencias ya que aunque eran apenas las 9 de la mañana ya estaba atestado de turistas.
Supongo que mucha culpa de ello se debía a que lo visitamos en octubre, que era temporada alta en Japón, no sólo porque las temperaturas son más suaves y agradables sino por el precioso espectáculo del cambio de color de las hojas otoñales llamado aquí koyo o momiji. Por lo que si uno desea visitar los templos sin grandes aglomeraciones debería hacerlo en temporada baja.
El Pabellón de oro (o Golden Pavilion) fue construido originalmente hacia 1400, aunque el edificio actual databa del reciente 1955, ya que tuvo que ser reconstruido tras un incendio. El edificio constaba de tres pisos cubiertos de pan de oro que se asomaban a un hermoso estanque conocido como Kyōko-chi (Espejo de agua) y ambos estaban rodeados por un jardín japonés. El Pabellón de oro era la construcción más conocida del templo conocido comúnmente como Kinkaju-ji que pertenecía a una secta budista Zen. Su interior no podía visitarse y contenía algunas reliquias de Buda.
El templo era indudablemente fotogénico, hermoso y perfecto para hacerse selfies y dar envidia a los amigos. Sin embargo el Pabellón dorado, al menos cuando nosotros lo visitamos, había muerto de éxito. Al ser un lugar relativamente pequeño, cientos de personas se apiñaban al otro lado del lago y hacían cola para tomar las mismas fotografías, desde el mismo lugar, en un bucle sin fin.
Lejos quedaba aquella paz y serenidad que sin duda había transmitido durante siglos. En la era del turismo masivo, el Pabellón dorado había sido engullido sin contemplaciones. Y sin embargo, pese a todos estos inconvenientes hemos de reconocer que los japoneses eran tremendamente educados y amables y que los cientos de escolares no sólo no alborotaban sino se mantenían atrás para no molestar.
Dimos una vuelta por el escueto jardín y tomamos de nuevo el autobús 101, de nuevo hacia el centro de Kioto. Nuestra próxima visita era el castillo de Nijo en mitad de la ciudad, un enorme complejo amurallado y rodeado por un foso con agua.
Castillo de Nijo
Construido en el primer tercio del siglo XVII por los primeros shogunes Tokugawa, el Castillo de Nijo es sin duda una de las construcciones más elegantes del periodo Edo. El castillo se dividía a grosso en cuatro partes principales: el palacio Ninomaru y los jardines que lo envolvían. El palacio Honmaru protegido por un segundo foso de agua y muros. Y por último en el lateral norte los jardines de Seiyu-en, que apenas tenían unos 50 años y eran muy posteriores al resto del castillo.
El Kara-mon o puerta de acceso ya nos daba una pista de la maravillosa magnificencia que íbamos a contemplar en el Castillo de Nijo. Los exquisitos relieves de motivos vegetales y animales como las grullas de Manchuria, un ave adorada en Japón por su gran elegancia, nos daban la bienvenida.
El palacio de Ninomaru era un complejo de edificios interconectados entre sí, que vistos desde el cielo formaban una especie de curiosa diagonal. Destacaba el edificio de entrada con sus preciosos relieves tallados en madera y su decoración dorada. Aunque eran los interiores los que proporcionaban al Palacio de Ninomaru si merecida fama.
Nada en el palacio parecía que había sido fruto del azar, más de 30 habitaciones destinadas a oficinas, almacenes, estancias para los guardianes, otras para recibir a visitantes de bajo o alto rango… Y sobre todo en estas últimas las paredes estaban cubiertas de los más bellos paneles, inspirados en la naturaleza y con numerosos animales: águilas, palomas, tigres, faisanes. Una fastuosidad que pretendía impresionar a los invitados del shogun.
Sin duda el Castillo de Nijo y en especial el palacio Ninomaru fue uno de los lugares más bellos que vimos en Japón, totalmente imprescindible. El resto de la visita deambulamos por los bonitos jardines, ya que el palacio de Honmaru suele estar cerrado al público, aunque sí que subimos al torreón desde donde se tenían unas vistas excelentes de todo el castillo y los alrededores.
Después volvimos a nuestro hostal cercano a la estación, cogimos las maletas y nos fuimos hasta el que sería nuestro alojamiento en Higashiyama, la zona más bonita de Kioto. Lógicamente podíamos haber tenido un único alojamiento en la ciudad, pero me pareció más práctico así, ya que los primeros días no visitábamos Kioto sino que cogíamos el tren a otras ciudades.
Los siguientes cinco días nos alojaríamos en una preciosa machiya (casa tradicional japonesa) de dos pisos que venía a costar lo mismo que un hotel o ryokan medio.
En este artículo te cuento más sobre nuestra machiya.
Después de comer algo y descansar un poco nos quedaba media tarde para pasear por el centro de Kioto. Pero claro, nos topamos con un Bookoff (junto a la estación de Sanjo), se trataba de una tienda de varios pisos de libros y discos de segunda mano a un precio irrisorio. Lástima que nuestro dominio del japonés fuera nulo, porque lo que los japoneses entienden por segunda mano era aparentemente nuevo. Para quien quisiera comprar manga en japonés era un paraíso, ya que se vendían desde 100yenes (unos 0,8€). Además tenían una pequeñita sección en inglés y estuvimos curioseando un buen rato.
Centro de Kioto. Kawaramachi
Después nos dirigimos a lo que se conocía como centro de la ciudad, en torno a la estación de Kawaramachi, una zona con mucha vida y actividad. Nos metimos por unas calles comerciales peatonales llenas de tiendas de todo tipo, cines, pachinkos… entramos a varias, atraídos por sus productos extraños y curiosos incluso para nosotros que no somos ni mucho menos compradores compulsivos. Aunque lo más raro que recuerdo fue la pequeña vendedora de una tienda, de unos 50 años, que sentada frente a un enorme atlas lo escrutaba absorta con una lupa en la mano. Y que ni por un momento levantó la vista a mirar a los clientes que iban entrando, todo un personaje.
Nuestro paseo sin rumbo nos llevó junto al agradable paseo con césped que había junto al rio, donde muchos descansaban y charlaban. Una garza del tamaño de un buitre pasó junto a nuestras cabezas graznando y se fue a posar unos metros más allá intentando cazar alguna rana. Anocheció.
Enlaces de interés:
Kansai Tourist Center
Nijo Castle (Inglés)
Bookoff (japonés)
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